EL DIOS QUE YO CONOZCO

12.13. El diluvio - III

No hay duda alguna de que esta narración del diluvio del valle de Mesopotamia, se refiere al mismo suceso registrado en Génesis capítulos 6-8. Los puntos de contacto entre las dos narraciones son tan parecidos y numerosos, que uno no puede considerar que ambas se refieran a sucesos diferentes.

Esto no debe sorprender, porque la gente del valle del Tigris y del Eufrates vivió cerca de Armenia, en donde se posó el arca de Noé, lugar en el cual se establecieron inmediatamente después del diluvio algunos de los descendientes de Noé (Génesis 11:1-9).

Lo más razonable es esperar hallar la información más exacta acerca de esta gran catástrofe en los registros más antiguos que la mencionan y entre el pueblo que vivió en el área en la cual se establecieron primero los sobrevivientes del diluvio.

Aunque no se puede negar que la narración babilónica del diluvio describe la misma catástrofe registrada en el primer libro de la Biblia, y repetida constantemente en el Nuevo Testamento (Mateo 24:37-39; Lucas 17:26, 27; 1 Pedro 3:20; 2 Pedro 2:5), hay que reconocer que se trata de una historia adulterada por las distorsiones y los conceptos paganos.

Noé debe haber amonestado a sus contemporáneos tratando de salvarlos de la inminente catástrofe, porque se lo llama “pregonero de justicia” (2 Pedro 2:5), pero Utnapishtim, héroe de la narración mesopotámica, fue instruido para engañar a sus súbditos a fin de que no se alarmaran por la construcción del barco, y quizás también que no hiciesen preparativos para salvarse.

Los registros bíblicos claramente declaran que el diluvio vino como castigo por la maldad del hombre, mientras que la narración babilónica indica que el diluvio sobrevino por un capricho de los dioses, quienes más tarde lamentaron su necia acción y se sintieron tan aterrorizados por la catástrofe que habían producido, que se lamentaron como las mujeres en trance de parto. Estos dioses son comparados una vez con perros aterrorizados y luego con moscas atraídas por el olor del sacrificio.

La narración bíblica está empapada de monoteísmo y presenta el diluvio como una retribución justa por la maldad universal de la raza humana, mientras que la historia babilónica refleja el más grosero politeísmo de los autores y un concepto tergiversado de Dios, de los derechos morales y la justicia.