Behistún se encuentra en un paso montañoso entre Mesopotamia y Persia. Allí el rey Darío I (el Grande) hizo que se tallaran relieves y largas inscripciones en la roca, bien por encima del camino.
Los viajeros habían visto los dibujos y textos durante siglos sin saber lo que significaban. Una tradición afirmaba que los relieves describen al Sansón bíblico y a sus enemigos, otra los interpretaba como a un maestro con sus alumnos.
Para Enrique Rawlinson - talentoso y ambicioso joven - los largos y casi inaccesibles textos fueron todo un desafío. Trabajando desde una larga escalera colocada sobre un angosto borde de la roca que sobresalía del muro perpendicular, con toda sangre fría arriesgó su vida y su integridad física mientras copiaba pacientemente esas inscripciones. Después se ocupó en la tediosa tarea de descifrar lo escrito.
Reconoció que las inscripciones eran un texto en tres diferentes escrituras e idiomas - persa, elamita y babilonio - al ver que los caracteres cuneiformes de esas escrituras eran los mismos que se habían hallado en Persia, Susa y Babilonia.
Teniendo el don natural de captar fácilmente los problemas lingüísticos y de realizar combinaciones y suposiciones correctas, en un muy corto tiempo pudo descifrar la escritura persa - la más fácil de las tres - puesto que es semialfabética y tiene menos de cincuenta caracteres. El desciframiento de las otras dos - cada una de las cuales consistía en muchos centenares de caracteres - fue mucho más difícil pero Rawlinson fue ayudado en su obra debido a un gran número de nombres personales y geográficos, que se repetían en sus respectivos idiomas en cada uno de los tres textos.
Cuando Rawlinson publicó sus resultados, recibió la ayuda de algunos otros eruditos, tales como Eduardo Hincks, clérigo irlandés; Fox Talbot, uno de los eminentes inventores de la fotografía, y el Prof. J. Oppert de París, quienes aceptaron que la interpretación era básicamente correcta, pulcra y completa en muchos detalles.
Parecía tan increíble para el mundo erudito, en general, que realmente se hubieran descifrado los escritos cuneiformes misteriosos que habían desconcertado a las generaciones pasadas, que muchos personajes de renombre - entre ellos el gran semitista francés Ernesto Renan - pensaron que Rawlinson y sus colaboradores habían sido víctimas de un autoengaño.
Por eso Talbot presentó la sugestión de que la Real Sociedad Asiática de Londres enviara copias de las recién halladas y desconocidas inscripciones cuneiformes a diferentes eruditos en la materia para que las tradujeran cada uno. Esta prueba se realizó en 1857.
Delante de una asamblea de los más ilustres eruditos de Inglaterra, fueron abiertos los sobres sellados de Rawlinson, Talbot, Hincks y Oppert que contenían una traducción del texto que les había sido enviado. Entonces se comprobó que las cuatro traducciones concordaban en todo lo esencial, con sólo variaciones en detalles, como siempre sucede con las diferentes traducciones de un mismo texto. Este experimento demostró a todos los que desconfiaban, que era un hecho el desciframiento de los escritos cuneiformes.